Introducción
Pocas palabras hay en nuestro idioma que evoquen con tal facilidad el
desastre y la calamidad como “extinción”. Al oírla, lo más
frecuente es que la mente se nos vaya a un paisaje desolado, quizá
por la caída de algún meteorito o con un volcán escupiendo nubes
ardientes, lava y piroclastos en el fondo, un escenario terrible
decorado con bosques carbonizados y cadáveres de animales en el
suelo. Sangre, muerte y destrucción, vamos.
Una cosa tal que así. |
¿No?
Pues a lo mejor no. La palabra “extinción” alude simplemente a
la pérdida de taxones que desaparecen en un intervalo de tiempo
determinado, no al impacto de esta pérdida en el ecosistema. El
objetivo del artículo del que vamos a tratar en esta entrada es
comparar el efecto que tuvieron los eventos conocidos como
extinciones en el porcentaje de taxones con el impacto que causaron
en las relaciones paleoecológicas, ya que numerosos estudios
anteriores (Plotnick and McKinney 1993; Roy 1996; Droser et al. 1997,
2000; McGhee et al. 2004) sugieren que la desaparición de taxones y
los cambios ecológicos no siempre van relacionados.
Metodología de trabajo
En el artículo se consideran tres extinciones:
-La de finales del Ordovícico o M4/M5, limitada al este de Estados
Unidos y causada probablemente por levantamientos regionales y un
enfriamiento del agua (Holland and Patzkwosky, 1996, 1997), afectó a
braquiópodos principalmente pero también a corales, algas,
trilobites, briozoos y gasterópodos.
-La extinción masiva del Ordovícico-Silúrico, que se suele
repartir en dos pulsos, uno relacionado con el descenso del nivel de
los océanos por un enfriamiento global y otro por la subida de éstos
y episodios de anoxia asociados (Johnson 1974; Brenchley et al.
2003), los más afectados fueron corales rugosos y tabulados,
braquiópodos y crinoideos.
-La extinción masiva de finales del Devónico, asociada
regionalmente a la subida eustática del nivel del mar y a la
orogenia acadiana, que cambiaron el aporte de sedimentos de
carbonatos a arenas negras, dando lugar a anoxias y aumentos en la
presión ambiental sobre la fauna endémica (Baird and Brett 2008;
Zambito et al. 2012a) y afectando a braquiópodos, corales y
esponjas.
Estos tres eventos se han estudiado en base a datos regionales de
fósiles de organismos marinos bentónicos y arrecifales de
Norteamérica, concretamente del este de los Estados Unidos. Para
ello, se han realizado los mismos análisis sobre distintas unidades,
de forma que por un lado se miden los cambios taxonómicos a partir
de los géneros, y por otro los ecológicos a partir de los modos de
vida. La hipótesis nula de la que se parte es que los cambios
taxonómicos y ecológicos están relacionados.
Mapa de las zonas de trabajo
El recuento taxonómico para la M4/M5 se obtuvo a partir de Layou
(2009). Para el Devónico tardío hizo falta recoger muestras
directamente del terreno en la formación Java y el grupo Canadaway,
al oeste de Nueva York. En cuanto a los datos del Ordovícico y el
Silúrico, proceden de Patzkwosky y Holland (2007) y Zaffos y
Holland (2012), respectivamente. Los géneros se asignan después a
grupos funcionales mediante el marco establecido por Bush et al.
(2007), un espacio ecológico tridimensional definido según niveles,
estrategias alimenticias y movilidad, y así se construye la base de
datos de modos de vida.
Resultados
Tras comparar la abundancia relativa de los taxones y modos de vida
antes y después de la extinción en cada uno de los tres eventos
estudiados, se obtienen los siguientes resultados:
-M4/M5: pérdida moderada de géneros y diversidad ecológica apenas
afectada.
-Devónico: pérdida bastante considerable de taxones y de grupos
ecológicos (alrededor de la mitad en ambos casos) en el primer pulso
de extinción, mientras que el segundo apenas afectó a la diversidad
ecológica.
-Ordovícico/Silúrico: desaparecen casi todos los taxones del
Ordovícico pero los modos de vida se mantienen prácticamente
constantes, salvo por unos pocos que sí se extinguen.
Queda demostrado, por tanto, que la pérdida de taxones no siempre
altera el funcionamiento del ecosistema.
Conclusión
Las extinciones no son el desastre que se suele tener en mente, o al
menos no son una tragedia tan grande. Causan la desaparición de
taxones que han tardado millones de años en alcanzar el estado en el
que los conocemos, sí, pero pese a ello, las relaciones entre los
distintos nichos ecológicos no tienen por qué verse afectadas.
Parece que la vida siempre encuentra la forma de abrirse camino,
rellenando los huecos dejados en el ecosistema con nuevas especies
que reemplacen a las que desaparecen, de forma que, al final, el
sistema sigue funcionando.
En el futuro, si queremos establecer cuán grande es una extinción,
debemos tener en cuenta no sólo los taxones que desaparecen, sino
también los modos de vida que dejan de ser viables por su causa y el
impacto que esto tiene en el ecosistema al completo.
Referencias
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